Pregunta#84:
He escuchado decir que si queremos remover la culpa de nuestra
mente-ego tenemos que invitar al Espíritu Santo en todo lo que hagamos
y, de esta manera, limpiaremos de culpa nuestra acción. Por ejemplo, si
yo suelo comer demasiado, necesito invitar al Espíritu Santo cada vez
que coma para que entonces no haya culpa asociada a esta actividad? Es
la culpa la que en realidad compone el sobrepeso y no la actividad en si
misma? Y qué puede además decirse de la gente que le pega a su pareja o
la que asesina a otras personas? Estoy seguro de que no se está
diciendo de que siempre y cuando ellos remuevan la culpa en esas
actividades e inviten al Espíritu Santo en ellas, serán absueltos de las
consecuencias de dichas acciones. Cómo entonces podemos aprender a
dejar de cometer acciones perjudiciales? Yo se que no podemos pedirle al
Espíritu Santo que nos ayude a dejar de comer galletas o a evitar que
estrellen un avión contra las torres gemelas ya que Dios no sabe nada de
este mundo. El solo sabe que Su Hijo duerme y quiere que despierte. A
manera de ejemplo entonces, cómo puedo evitar el comer demasiado o la
comida basura?
Respuesta:
En primer lugar, es importante entender lo que significa invitar al
Espíritu Santo. Si invitamos al Espíritu Santo en nuestras mentes, le
estamos pidiendo que comparta Su percepción de todo y hacer que Su
propósito sea el nuestro en todo lo que hagamos. Si verdaderamente
aceptamos esto, entonces ya no veríamos nuestros intereses separados de
los de nadie más, nunca intentaríamos ganar a expensas de la pérdida de
otro ni tampoco veríamos pecado en nosotros o en nadie más, así que no
habría motivo para el ataque, ni a nosotros mismos ni a los demás. Como
nuestras mentes estarían libres de todo conflicto y culpa, no nos
veríamos a nosotros mismos necesitando nada de otros ni siendo
victimizados por otros. No existiría culpa inconsciente que proyectar en
nuestro propio cuerpo o en el de otros.
Considerando
todo lo anterior, resulta entonces imposible que cualquiera que
comparta la percepción y propósito del Espíritu Santo, cometiera actos
violentos con la intención de infligir daño o dolor bien sea a el mismo o
a otros. Si nos identificamos con el sistema de pensamiento del
Espíritu Santo y no tenemos ego en absoluto, es imposible que seamos
crueles: “ No hay crueldad en Dios ni en mi tampoco,” como nos dice la
lección 170. En este sentido, “limpiar la culpa de nuestra acción,”
quiere decir limpiar nuestra mente de culpa eligiendo en contra del ego.
Entonces lo que sea que hagamos será automáticamente amoroso y gentil.
Es
de suma utilidad recordar que todos tenemos una fuerte inversión en
nuestra identidad como individuos y que, a nivel inconsciente, hemos
equiparado nuestra existencia con el pecado. Es ésta la razón por la que
no nos resulta nada fácil intercambiar nuestra identificación como ego
con la que nos da el Espíritu Santo. Podríamos incluso pensar que
estamos invitando al Espíritu Santo, pero al tener todavía tantas
motivaciones ocultas puede que finalmente acabáramos escuchando a
nuestro ego pensando que se trata del Espíritu Santo. No obstante, con
la experiencia de años de práctica, llegaremos a desarrollar una
sensación más profunda de lo fuerte que es nuestra inversión en el
sistema de pensamiento del ego y sabremos, sin ninguna reserva que, si
verdaderamente lo quisiéramos soltar podríamos hacerlo en un instante.
Sin embargo, nuestro miedo es demasiado grande y, por consiguiente, lo
hacemos poco a poco en instantes santos. Lo que esto quiere decir es que
estaremos en nuestra mente errada la mayor parte del tiempo y entonces,
el proceso sanador, consiste en enfocarnos a mirar a nuestra mente
errada sin juicio y sin culpa. Esta es otra forma en la cual invitamos
al Espíritu Santo. Miramos a nuestro ego sin juzgarnos a nosotros mismos
ni a otros por tener un ego, confiando que cuando tengamos menos miedo
aceptaremos la corrección.
A
la luz de esto, queda claro que el Curso no está diciendo que podemos
hacer lo que deseemos ---sea algo cruel o no--- mientras que no nos
sintamos culpables al respecto. Si, la culpa es siempre el problema, ya
que la culpa le da realidad al error y es siempre proyectada, lo cual
conlleva a un interminable ciclo de ataque y defensa. Pero esto no debe
entenderse como que se nos da patente de corso para hacer lo que nos
venga en gana siempre y cuando no haya culpa. La culpa no se encuentra
nunca en la actividad, la culpa reside en la mente y nace, por ejemplo,
de nuestra decisión de creer que nuestros intereses pueden quedar
cubiertos a expensas de otros, lo cual no hace sino guiarnos a atacar a
otros, o a nosotros mismos, al albergar la creencia de que somos
merecedores del castigo por nuestro pecado de habernos separado de Dios,
lo cual puede desembocar en comportamientos auto-destructivos. En
última instancia, la fuente de la culpa es la creencia que en efecto
hemos atacado a Dios separándonos de El, y por consiguiente, cada vez
que percibimos la separación como real, estamos abonando el terreno para
que crezca la culpa. Ahí es donde tenemos que redirigir nuestra
atención si es que queremos quedar libres de culpa. Todo esto es un
proceso que se lleva a cabo en nuestras mentes.
Por
otra parte, si ya hemos hecho algo para dañar a otra persona o a
nosotros mismos, podemos entonces recordarnos a nosotros mismos ---sin
justificar o racionalizar lo que hemos hecho--- que el sentirnos
culpables al respecto no es algo que ayudará a la sanación: Solo los
temerosos atacan, así que he debido identificarme con mi ego cuando
cometí el ataque, o no hubiese tenido miedo. El estar asustado no es un
pecado y, por consiguiente, no hay necesidad de sentirme culpable acerca
de lo que he hecho. Ya he pagado un buen precio por eso pues no estoy
en paz, pero nada de esto tiene efecto alguno en el amor de Jesús hacia
mi. Yo sé que no puedo atacar a otros o a mi mismo y sentir al mismo
tiempo su amor: “ No puedes estar en presencia de Dios si atacas a su
Hijo” (T-11.IV.5:6); pero también se que Dios no dejará de amarme a
causa de lo que he hecho. Ya he pagado un precio muy alto, pero esto no
justifica el que me sienta culpable. Ha sido un error y algún día, mi
miedo disminuirá lo suficiente como para que pueda aceptar la
corrección. Esta clase de honestidad es lo que sana y lo que nos
mantiene en movimiento en la dirección correcta. El ser consciente del
precio que se paga por nuestros ataques hacia otros o hacia nosotros
mismos nos provee la motivación para el cambio, aunque los niveles de
tolerancia varían de individuo a individuo. No obstante, tenemos que
alcanzar el punto donde ser feliz sea más importante que tener razón,
antes de proceder a tomar el siguiente paso.
Acerca
del asunto concreto que comentas, si continúas haciéndote daño a ti
mismo comiendo en exceso o comiendo comida basura, puedes al menos
decirte que sabes que lo que estás haciendo proviene de tu ego, porque
es un comportamiento dañino y no amable para contigo, pero que es lo
mejor que puedes hacer por el momento. No lo empeores juzgándote a ti
mismo por ello. Puedes, más aún, recordarte que debes tener mucho miedo
del amor de Jesús y es ésta la razón por la que lo expulsas de tu
consciencia en forma de este ataque hacia ti mismo con el propósito
oculto de que no serás merecedor de su amor. Tiene también que haber
algún tipo de resentimiento acechando (en el libro y audio “Overeating,”
facim.org, tratamos este tópico en detalle).
La
razón por la que repetimos estos comportamientos autodestructivos es
que queremos lo que resulta de ellos. Por extraño que parezca, esto es
justamente lo que Jesús nos enseña en la sección de “los Obstáculos a la
paz,” somos atraídos a la culpa, así que nos vamos a mantener haciendo
lo que sea que nos haga sentir culpables (T.19.IV.A.i). Esta es la razón
por la que el Curso se enfoca tan fuertemente en mirar los entresijos
del sistema de pensamiento de la culpa, al que le hemos permitido
gobernar nuestras mentes y motivar nuestro comportamiento. Algunas
veces, sin embargo, lo más amoroso que podemos hacer es aceptar alguna
terapia a nivel del comportamiento, para que nos sea de ayuda a tratar
los desórdenes alimenticios, como un reflejo de una decisión de ser más
amables y menos crueles con nosotros mismos. Es un buen punto de
partida. Pero tarde o temprano tendremos que ir a la raíz del problema,
si es que aspiramos que el cambio de comportamiento sea duradero.
Link al original aquí.