martes, 5 de diciembre de 2017

Preguntas y respuestas Facim: La culpa como causa de la gula

Pregunta#84:  He escuchado decir que si queremos remover la culpa de nuestra mente-ego tenemos que invitar al Espíritu Santo en todo lo que hagamos y, de esta manera, limpiaremos de culpa nuestra acción. Por ejemplo, si yo suelo comer demasiado, necesito invitar al Espíritu Santo cada vez que coma para que entonces no haya culpa asociada a esta actividad? Es la culpa la que en realidad compone el sobrepeso y no la actividad en si misma?  Y qué puede además decirse de la gente que le pega a su pareja o la que asesina a otras personas? Estoy seguro de que no se está diciendo de que siempre y cuando ellos remuevan la culpa en esas actividades e inviten al Espíritu Santo en ellas, serán absueltos de las consecuencias de dichas acciones. Cómo entonces podemos aprender a dejar de cometer acciones perjudiciales? Yo se que no podemos pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a dejar de comer galletas o a evitar que estrellen un avión contra las torres gemelas ya que Dios no sabe nada de este mundo. El solo sabe que Su Hijo duerme y quiere que despierte. A manera de ejemplo entonces, cómo puedo evitar el comer demasiado o la comida basura?

Respuesta: En primer lugar, es importante entender lo que significa invitar al Espíritu Santo. Si invitamos al Espíritu Santo en nuestras mentes, le estamos pidiendo que comparta Su percepción de todo y hacer que Su propósito sea el nuestro en todo lo que hagamos. Si verdaderamente aceptamos esto, entonces ya no veríamos nuestros intereses separados de los de nadie más, nunca intentaríamos ganar a expensas de la pérdida de otro ni tampoco veríamos pecado en nosotros o en nadie más, así que no habría motivo para el ataque, ni a nosotros mismos ni a los demás. Como nuestras mentes estarían libres de todo conflicto y culpa, no nos veríamos a nosotros mismos necesitando nada de otros ni siendo victimizados por otros. No existiría culpa inconsciente que proyectar en nuestro propio cuerpo o en el de otros.

Considerando todo lo anterior, resulta entonces imposible que cualquiera que comparta la percepción y propósito del Espíritu Santo, cometiera actos violentos con la intención de infligir daño o dolor bien sea a el mismo o a otros. Si nos identificamos con el sistema de pensamiento del Espíritu Santo y no tenemos ego en absoluto, es imposible que seamos crueles: “ No hay crueldad en Dios ni en mi tampoco,” como nos dice la lección 170. En este sentido, “limpiar la culpa de nuestra acción,” quiere decir limpiar nuestra mente de culpa eligiendo en contra del ego. Entonces lo que sea que hagamos será automáticamente amoroso y gentil. 

Es de suma utilidad recordar que todos tenemos una fuerte inversión en nuestra identidad como individuos y que, a nivel inconsciente, hemos equiparado nuestra existencia con el pecado. Es ésta la razón por la que no nos resulta nada fácil intercambiar nuestra identificación como ego con la que nos da el Espíritu Santo. Podríamos incluso pensar que estamos invitando al Espíritu Santo, pero al tener todavía tantas motivaciones ocultas puede que finalmente acabáramos escuchando a nuestro ego pensando que se trata del Espíritu Santo. No obstante, con la experiencia de años de práctica, llegaremos a desarrollar una sensación más profunda de lo fuerte que es nuestra inversión en el sistema de pensamiento del ego y sabremos, sin ninguna reserva que, si verdaderamente lo quisiéramos soltar podríamos hacerlo en un instante. Sin embargo, nuestro miedo es demasiado grande y, por consiguiente, lo hacemos poco a poco en instantes santos. Lo que esto quiere decir es que estaremos en nuestra mente errada la mayor parte del tiempo y entonces, el proceso sanador, consiste en enfocarnos a mirar a nuestra mente errada sin juicio y sin culpa. Esta es otra forma en la cual invitamos al Espíritu Santo. Miramos a nuestro ego sin juzgarnos a nosotros mismos ni a otros por tener un ego, confiando que cuando tengamos menos miedo aceptaremos la corrección. 

A la luz de esto, queda claro que el Curso no está diciendo que podemos hacer lo que deseemos ---sea algo cruel o no--- mientras que no nos sintamos culpables al respecto. Si, la culpa es siempre el problema, ya que la culpa le da realidad al error y es siempre proyectada, lo cual conlleva a un interminable ciclo de ataque y defensa. Pero esto no debe entenderse como que se nos da patente de corso para hacer lo que nos venga en gana siempre y cuando no haya culpa. La culpa no se encuentra nunca en la actividad, la culpa reside en la mente y nace, por ejemplo, de nuestra decisión de creer que nuestros intereses pueden quedar cubiertos a expensas de otros, lo cual no hace sino guiarnos a atacar a otros, o a nosotros mismos, al albergar la creencia de que somos merecedores del castigo por nuestro pecado de habernos separado de Dios, lo cual puede desembocar en comportamientos auto-destructivos. En última instancia, la fuente de la culpa es la creencia que en efecto hemos atacado a Dios separándonos de El, y por consiguiente, cada vez que percibimos la separación como real, estamos abonando el terreno para que crezca la culpa. Ahí es donde tenemos que redirigir nuestra atención si es que queremos quedar libres de culpa. Todo esto es un proceso que se lleva a cabo en nuestras mentes. 

Por otra parte, si ya hemos hecho algo para dañar a otra persona o a nosotros mismos, podemos entonces recordarnos a nosotros mismos ---sin justificar o racionalizar lo que hemos hecho--- que el sentirnos culpables al respecto no es algo que ayudará a la sanación: Solo los temerosos atacan, así que he debido identificarme con mi ego cuando cometí el ataque, o no hubiese tenido miedo. El estar asustado no es un pecado y, por consiguiente, no hay necesidad de sentirme culpable acerca de lo que he hecho. Ya he pagado un buen precio por eso pues no estoy en paz, pero nada de esto tiene efecto alguno en el amor de Jesús hacia mi. Yo sé que no puedo atacar a otros o a mi mismo y sentir al mismo tiempo su amor: “ No puedes estar en presencia de Dios si atacas a su Hijo”    (T-11.IV.5:6); pero también se que Dios no dejará de amarme a causa de lo que he hecho. Ya he pagado un precio muy alto, pero esto no justifica el que me sienta culpable. Ha sido un error y algún día, mi miedo disminuirá lo suficiente como para que pueda aceptar la corrección.  Esta clase de honestidad es lo que sana y lo que nos mantiene en movimiento en la dirección correcta. El ser consciente del precio que se paga por nuestros ataques hacia otros o hacia nosotros mismos nos provee la motivación para el cambio, aunque los niveles de tolerancia  varían de individuo a individuo. No obstante, tenemos que alcanzar el punto donde  ser feliz sea más importante que  tener razón, antes de proceder a tomar el siguiente paso. 
Acerca del asunto concreto que comentas, si continúas haciéndote daño a ti mismo comiendo en exceso o comiendo comida basura, puedes al menos decirte  que sabes que lo que estás haciendo proviene de tu ego, porque es un comportamiento dañino y no amable para contigo, pero que es lo mejor que puedes hacer por el momento. No lo empeores juzgándote a ti mismo por ello. Puedes, más aún, recordarte que debes tener mucho miedo del amor de Jesús y es ésta la razón por la que lo expulsas de tu consciencia en forma de este ataque hacia ti mismo con el propósito oculto de que no serás merecedor de su amor. Tiene también que haber algún tipo de resentimiento acechando (en el libro y audio “Overeating,” facim.org, tratamos este tópico en detalle). 

La razón por la que repetimos estos comportamientos autodestructivos es que queremos lo que resulta de ellos. Por extraño que parezca, esto es justamente lo que Jesús nos enseña en la sección de “los Obstáculos a la paz,” somos atraídos a la culpa, así que nos vamos a mantener haciendo lo que sea que nos haga sentir culpables (T.19.IV.A.i). Esta es la razón por la que el Curso se enfoca tan fuertemente en mirar los entresijos del sistema de pensamiento de la culpa, al que le hemos permitido gobernar nuestras mentes y motivar nuestro comportamiento. Algunas veces, sin embargo, lo más amoroso que podemos hacer es aceptar alguna terapia a nivel del comportamiento, para que nos sea de ayuda a tratar los  desórdenes alimenticios, como un reflejo de una decisión de ser más amables y menos crueles con nosotros mismos. Es un buen punto de partida. Pero tarde o temprano tendremos que ir a la raíz del problema, si es que aspiramos que el cambio de comportamiento sea duradero.
Link al original  aquí.