lunes, 16 de abril de 2018

¿Cómo puedo perdonar el abuso?

Tres preguntas concernientes al abuso:

P# 174-a: ¿Cómo lidia Un Curso de Milagros con heridas graves? Durante muchos años, he luchado con la desigualdad entre padres e hijos, centrándome en el abuso que he recibido en todos los niveles, y la consecuencia ha sido un desarrollo deficiente a pesar de que soy muy brillante. Tengo dos preguntas:

P# 174-b: ¿Cómo puedo perdonar el mal? Lo que me sucedió es perverso y tuvo su origen en evasión de responsabilidad y en una violación directa: emocional, espiritual, mental y personal.

P# 174-c: ¿Qué soy yo? ¿Qué significa ser espiritual (mi cuerpo es luz) mientras vives en un mundo hecho de odio, conflicto y poder?

Respuesta: El mundo es un lugar de crueldad y desesperación, lleno de los efectos de los malos pensamientos. Las personas pueden llegar a ser desmesuradamente despiadadas y brutales entre sí, abusando de aquellos sobre quienes tienen poder, tanto como han sido abusados por aquellos que han tenido poder sobre ellos. Es un círculo vicioso del que no parece ser posible escapar y, sin embargo, el escape es posible si estamos dispuestos a mirar mas allá de nuestros juicios acerca del bien y del mal y de nuestras distinciones obvias entre inocentes y culpables.

Ahora puede haber una manera de entender qué motivó a sus padres a tratarte como lo hicieron, pero eso no significa que haya ninguna justificación para ello. Más aún, reconoces que aferrarte al juicio y al dolor sólo te mantiene atrapado en la angustia mental que te paraliza y te impide experimentar el gozo y la paz que, se nos asegura, es nuestra herencia dada por Dios (L.pI.104).

El Curso reconoce que “los que tienen miedo pueden ser crueles” (T.3.I.4:2). Esta toma de conciencia es la clave para liberarnos a nosotros mismos y a todos los demás de las garras del mal. Es el miedo lo que nos motiva a todos a representar nuestros pensamientos perversos y no un mal intrínseco. Nadie en el mundo está exento de tener pensamientos de mal –es la naturaleza del sistema de pensamiento del ego que todos aquí compartimos. Algunos somos mejores que otros en cuanto a reprimir en comportamiento la manifestación de nuestros pensamientos. Pero la furia que raya en lo criminal subyace dentro de cada una de nuestras mentes, hasta que aprendamos a descubrir la culpa que alimenta esa ira y permitir que la luz del perdón del Espíritu Santo la sane. El ego es una oscuridad total y absoluta, no hay luz dentro de sus fronteras herméticamente cerradas y, mientras sigamos identificándonos con los propósitos malvados del ego, seguiremos a tientas intentando hallar nuestro camino tropezándonos unos con otros y sin esperanza.

Todos estamos compartiendo la misma mente-errónea del ego aunque ciertamente difiere el cómo le damos expresión concreta en nuestra vida. No es sino hasta que reconocemos su presencia en nuestro interior que seremos prisioneros de nuestros intentos disfuncionales de defendernos de la culpa y auto-odio --los compañeros inseparables de nuestra creencia en la oscuridad interna. Buscaremos proyectar esa culpa fuera de nosotros y sobre otros y entonces atacaremos, en el deseo de que otros sean los responsables del dolor que proviene del sentirnos separados del amor. Algunos encontrarán formas socialmente apropiadas, aunque motivadas por el ego, de canalizar esta experiencia sobrecogedora de dolor y culpa. Otros la volcarán directamente sobre otros, con poca o ninguna preocupación acerca de los efectos que pudiera tener sobre éstos. Y entonces ellos se convierten en los violadores, los asesinos, los abusadores de niños. Y se vuelve fácil ver el pecado y la culpa en ellos, como un testigo de nuestra propia "inocencia". Sin embargo, lo que los impulsa no es diferente de lo que nos impulsa a todos los que no hemos descubierto estas dinámicas inconscientes para comenzar a sanarlas. Y así, el primer paso en nuestra propia curación -después de reconocer nuestros juicios contra el asesino, el violador, el abusador- es reconocer la "humanidad" común que todos compartimos: una identidad desesperada y llena de dolor que coloca al propio interés y auto-conservación por encima de todo lo demás. Todos lo hacemos, pero puede que nuestra cobertura sea más refinada.

Si podemos comenzar a estar en contacto con el hecho de que nuestro dolor es el mismo dolor en los demás y, que es únicamente ése dolor el que nos guía a actuar de manera demente, hemos abierto la puerta a una manera más piadosa y compasiva de vernos. Ya que hemos comenzado a ver que, independientemente de la crueldad que haya en cualquiera de nuestros actos, se trata solamente de una defensa en contra de la culpa y el dolor internos. La misma culpa y dolor que todos experimentamos.

Esto no quiere decir que debamos negar/reprimir nuestras experiencias con el abuso. No obstante, detrás del dolor que sentimos que sufrimos a manos de otros, hay un paso más que dar, paso que daremos cuando estemos preparados para dejar atrás ese dolor. El problema en el presente no se trata de los eventos del pasado en sí mismos, sino la interpretación que continuamos dándole. El Curso nos ofrece una manera completamente diferente de mirar a dichos eventos, ayudándonos a entender qué, a un nivel más profundo, ha motivado éstas acciones abusivas y cómo todos compartimos esa misma profunda motivación dejando que el ego guiara nuestra vida. Es únicamente entonces cuando podemos reconocer la elección presente que nos libera del dolor y de nuestra auto-condena.

Estamos buscando una salida al dolor, pero ciegamente continuamos pensando y actuando de formas que continúan inflingiéndonos dolor –juicios y ataques contra otros que refuerzan nuestra creencia en la separación lo cual constituye los cimientos del sistema de pensamiento del ego. Cuando comencemos a reconocer el contenido de miedo que subyace a la crueldad del ego –tanto la crueldad propia como ‘ajena’– comenzarán a disolverse los juicios que hemos estado abrigando. Habremos empezado a hacer el cambio de dirección: de los intereses propios del ego a los intereses compartidos del Espíritu Santo, Quién reconoce que todos compartimos la misma necesidad de ser liberados de la culpa y del dolor del sistema de pensamiento del ego. Éste reconocimiento de los intereses compartidos es un reflejo del amor que todos anhelamos y de la Unicidad que compartimos como el santo e inocente Hijo de Dios, una Identidad que trasciende el ego que compartimos y las manifestaciones que ha originado, de las cuales es de donde la ilusión del mal ha surgido.