viernes, 4 de mayo de 2018

Acerca de la culpa y la gula


Pregunta: Sé que si ataco a otro me sentiré culpable y debería pedir ayuda al Espíritu Santo si siento que he sido atacado. ¿Esto se aplicaría igualmente si tengo un comportamiento como una adicción de la que me siento culpable? Si continúo con el comportamiento, estoy seguro de que me sentiré culpable. Si detengo el comportamiento, es posible que no me sienta culpable, pero realmente no he resuelto el problema. ¿Cuál sería la mejor manera de manejar esta situación? El problema específico del que estoy hablando es comer en exceso.


Respuesta: Sí, independientemente de que ataque a otro, me sienta atacado por otro o me ataque –y esto es lo que representa una adicción– la única respuesta adecuada es pedir ayuda al Espíritu Santo. Una adicción es un ataque a mí mismo porque dice, una y otra vez, que estoy incompleto y debo buscar fuera de mí para completarme, es negar repetidamente de que soy el Cristo, por siempre uno con Su Fuente (T.29.VII. 2,3,4,6).

Todo ataque, sin importar cómo se exprese, no es más que la proyección de la culpa escondida en nuestras mentes que el ego insiste en que merecemos soportar debido a nuestro (imaginado) ataque a Dios en el momento de la separación, cuando negamos nuestra realidad como Cristo. Nos hemos convencido a nosotros mismos de que nuestra culpa es real, pero luego hemos intentado evitar la responsabilidad por ello. Y entonces buscamos proyectar la culpabilidad fuera de nuestra mente para que entonces parezca residir en cuerpos, los propios y los de otros. Mantenemos esta dinámica oculta de nuestra consciencia, para seguir protegiendo la culpa. Pero cuando pedimos ayuda a Jesús o al Espíritu Santo, realmente estamos indicando una voluntad de aceptar responsabilidad (¡pero no culpar!) Por la forma en que nos sentimos, viendo la situación externa ahora, no como el problema, sino más bien como un indicador de la culpa que, de otro modo, permanecería inconsciente en la mente.

Tienes razón cuando comentas que concentrarse en cambiar o controlar el comportamiento, como la gula, no aborda al verdadero problema. Porque sólo estaríamos modificando un síntoma externo, o efecto, de la culpabilidad sin abordar la causa –la culpabilidad misma– y seguiremos creyendo que es real al protegerla no examinándola. En consecuencia, buscaremos proyectar esa culpabilidad insoportable (aunque sea ilusoria) en alguna otra forma externa, tal vez en otra adicción. Al principio de Un Curso de Milagros Jesús nos advierte de que controlar o cambiar el comportamiento, sin dirigirse a la mente, simplemente produce tensión, lo cual es intolerable y lleva a la mente a experimentar ira y proyección. (T.2.VI.5)

Ahora bien, esto no significa que no valga la pena desarrollar una disciplina y poner el comportamiento descontrolado bajo control, especialmente si la adicción nos daña física o emocionalmente, lo que reforzaría la culpa en nuestras mentes. Y la decisión de lograr un cambio externo útil ciertamente puede reflejar un deseo real, pero quizás inconsciente, de un cambio interno: del ego al Espíritu Santo como nuestro maestro. Sin embargo; en algún momento de nuestro aprendizaje, llegaremos a reconocer que la culpa en la mente es siempre el único problema. Sólo a través del reconocimiento de su inevitable proyección hacia el mundo de la forma es como comenzamos a tomar conciencia de ello en nuestra mente, donde podemos hacer una elección significativa para soltar dicha culpa.

Para más referencias puedes buscar el libro de Ken: “Comer en exceso, un dialogo” https://facimstore.org/collections/books/products/overeating-a-dialogue-book y también revisar las respuestas a las preguntas 30 y 57 de la base de datos de facimoutreach.